PROGRAMA
ANTON BRUCKNER (1824-1896)
Sinfonía No 3, en Re menor, WAB 103, Sinfonía Wagner.
(versión 1889)
Mäßig bewegt
(Moderadamente movido)
Adagio (etwas bewegt), quasi Andante
(Adagio (un poco movido) cuasi Andante)
Scherzo. Ziemlich schnell
(Scherzo. Bastante rápido)
Finale. Allegro
Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia
Virginia Martínez, directora
NOTAS AL PROGRAMA
Por José Antonio Cantón
En el compositor austriaco Anton Bruckner (Ansfelden, 4-XII-1824 / Viena, 11-X-1896) encontramos a uno de los más destacados sinfonistas de la historia. Una marcada tendencia a la monumentalidad en sus obras orquestales se demuestra por sus grandes dimensiones, en las que se multiplican temas y desarrollos desde una amplia instrumentación, siendo esto último lo que produce su característica densidad de volumen sonoro, donde busca la exaltación del acorde perfecto desde su plena convicción en el sistema diatónico wagneriano que tanto admiraba. Es así que se puede afirmar que sus sinfonías constituyen de alguna manera una réplica orquestal al lirismo dramático de Wagner, sin llegar al gusto por los empastes y amalgamas tímbricas conseguidas por el genial operista alemán a quien está dedicada esta su Tercera Sinfonía.
El estreno de la segunda versión de las tres que tiene esta obra tuvo lugar en Viena el 16 de diciembre de 1877. Iba a ser dirigida por Johann Herbeck, un maestro austriaco que había realizado el estreno póstumo de la Sinfonía "Inacabada" de Schubert en 1865. Herbeck murió repentinamente y Bruckner, consumado organista y apreciable director de coro, pero sin experiencia orquestal, decidió tomar su lugar en el pódium. Los músicos de la Filarmónica de Viena trataron la partitura con falta de respeto, interrumpiendo a Bruckner en demasiadas ocasiones durante los ensayos. La actuación fue recibida con risas y silbidos de la audiencia hasta tal punto que muchos de los asistentes salieron en las pausas entre los movimientos. Al final, solo quedaron alrededor de una treintena de aficionados decididos a ofrecer apoyo al compositor, muy abatido y hasta desconsolado. Entre ellos estaba el joven Gustav Mahler.
Más allá de la posible incompetencia de Bruckner como director, varios factores llevaron al desastre. A la Filarmónica de Viena le había disgustado tanto su Segunda Sinfonía que sus componentes llegaron a rechazar casi en su mayoría que el compositor la dedicara a esta prestigiosa formación. Ese sentimiento colectivo se mantuvo en la orquesta también en la primera versión de la tercera el año 1873. Además, en el entorno musical políticamente cargado de Viena, las citas ocasionales que tiene la obra a la música de Wagner inspiraron burlas y cierto grado de desconsideración. Lo cierto es que Bruckner ofrece en ella revelaciones nuevas y hasta diríase desconcertantes. Así se la puede considerar como que es la primera de sus nueve sinfonías en la que se presenta la manifestación de un dominio completo y maduro de la propia voz del compositor. Dedicada a Richard Wagner, fue estrenada por la Orquesta Filarmónica de Viena el 21 de diciembre de 1890 bajo la dirección de Hans Richter.
El primer movimiento comienza con quintas abiertas silenciosas y misteriosas. Un lejano toque de trompeta anuncia el tema principal sobre un discurso rítmico fantasmal. Llenos de una ansiedad estremecedora, estos primeros compases parecen surgir del silencio. Sus sombríos hilos melódicos se construyen en un crescendo aterrador que llega a los límites de la altisonancia. A medida que se desarrolla la música, la orquesta parece transformarse en un poderoso órgano, con singulares líneas motívicas que se suceden en octavas expansivas. El silencio se vuelve tan importante como el sonido y, de manera similar a Schubert, la orquesta se divide en bloques, creando vectores sonoros en las secciones de cuerdas, vientos y metales que van desvelando un majestuoso edificio sinfónico lleno de declaraciones heroicas y misterio inquietante, todo ello desde un sentimiento reverencial.
El segundo movimiento comienza con un coral noble. Ecos momentáneos de los cromatismos de la ópera Tristán e Isolda de Wagner se mezclan con unas secuencias musicales que se expresan con una claridad de articulación casi barroca. Sus dos adagios son a la vez expansivos e íntimos. Vastas panorámicas sónicas, llenas de colores brillantes, se abren frente al oyente que, gradualmente percibe un aumento dinámico para, después de una detención que llega casi al silencio, provocar la sensación de que se está entrando en una íntima oración musical. En cada momento, el compositor parece estar explorando y descubriendo al mismo tiempo las progresiones sonoras. Los compases finales emergen repentinamente de un trémolo cuasi-silencioso, generando una sensación de reposo celestial.
El tercer movimiento, Scherzo, comienza con un solo serpenteante a modo de línea melódica dando la sensación de broma, pero pronto se percibe que el humor tiene un matiz oscuro y siniestro al convertirse en un pasaje danzante de impresionante y aterrador poder titánico. Una música más suave genera un episodio de complacencia antes de una nueva aparición de ciertos compases con unos sonidos de una ferocidad estimulante. Su trio se traslada a un mundo completamente diferente donde se distingue el carácter bucólico de una danza campesina austriaca aderezada con imitativos toques ocasionales de canto de pájaros.
La apertura del Finale cobra vida con la misma energía explosiva que comenzó el Scherzo. Un desarrollo cromático ascendente de cuatro notas se inicia en una pequeña célula que luego explota en toda la orquesta. Las quintas abiertas recuerdan el comienzo envuelto en misterio del primer movimiento. El tema principal, expresado por el coro de metales, refleja rítmicamente el motivo de apertura de la trompeta. La tensión se disipa en la segunda idea que contiene este movimiento, que recuerda a las danzas folclóricas propias de las pequeñas poblaciones de las riberas del Danubio. Este episodio de la sinfonía ha sido descrito por algunos tratadistas como el encuentro de dos elementos dispares; una polca en las cuerdas y un coral en los metales y maderas. El biógrafo de Bruckner, August Göllerich, relata una conversación que afirma haber tenido con el compositor durante un paseo por Viena. Una alegre música de baile salía de las ventanas de una de las casas, mientras que el cadáver del prestigioso arquitecto alemán Friedrich Freiherr von Schmidt yacía en la casa de enfrente. "¡Escucha!" dijo Bruckner: “En esa casa hay baile, mientras allá el maestro yace en su ataúd. Así es la vida. Eso es lo que quería mostrar en mi Tercera Sinfonía. La polca representa la diversión y alegría del mundo, el coral su tristeza y dolor”.
Con esta obra, Bruckner empieza a determinar un lugar preeminente como gran sinfonista del último tercio del siglo XIX. La profundidad espiritual y emocional de su música y la magnitud colosal de sus sinfonías están estrechamente vinculadas a su actividad como excelente improvisador que fue en el órgano. Desde la complejidad tímbrica del llamado “rey de los instrumentos”, podemos aproximarnos a la concepción totalizadora de la orquesta de Bruckner, un concepto que provocó el menosprecio del público y de la crítica no precisamente positiva durante la vida del autor, que sólo fue elogiado sinceramente por Mahler y Wagner, firmes admiradores y defensores de su obra, valoración que se ha confirmado con un continuo y creciente reconocimiento póstumo hasta nuestros días.
Se aplicarán los siguientes descuentos: 100 entradas Amigos Auditorio (30%), 50 entradas jubilados (50%) y 50 entradas jóvenes y desempleados (50%).